El Mont Ventoux no tuvo la culpa. Las montañas no son las culpables de las muertes que se dan en ella. Sí, hablamos de muertes hablando de ciclismo. No es la mejor forma de empezar a contar una historia, pero la de Tom Simpson empieza y termina en menos de 30 años.
Tom Simpson, un ciclista inglés que ahora tiene un monumento a tres kilómetros de la cima del Mont Ventoux . Justo donde se desplomó. Justo donde los médicos hicieron todo lo posible para salvarle la vida. El corazón de Tom se paró. Y lo hizo no solo por la dureza de las rampas del ‘Gigante de la Provenza’, sino también por esa mezcla de anfetaminas y alcohol que aceleró su deshidratación por golpe de calor, mucho más rápido de lo que sería normal por el esfuerzo.
Tom Simpson era el mejor ciclista inglés de todos los tiempos. Así se le llamaba y así aún se le llama incluso aunque ya haya sido superado en victorias por otros compatriotas. El hijo de un minero que con tan solo 19 años ya ganó un bronce en la especialidad de pista en persecución en los Juegos Olímpicos de Melbourne de 1956. El hijo de un minero que ganó el mundial de ruta en Lasarte en 1965. El hijo de un minero que además de conquistar un Tour de Flandes , una Milán-San Remo , un Giro de Lombardía y una París-Niza, fue el primer inglés en vestirse de amarillo en el Tour de Francia de 1962. Y como no, el hijo de un minero que ganó la barbaridad de Bourdeaux-París de 1963, carrera que constaba de 650 km en el mismo día.
Profesional desde 1958 con tan solo 21 años (nació en 1937), Simpson comenzó a practicar ciclismo con el club de Harworth donde se había trasladado con su familia tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. En 1959 su carrera profesional cambia por completo cuando para evitar cumplir con el Servicio Militar Nacional se muda al pueblecito bretón de Saint-Brieuc. Un lugar que también le permitiría acceder al triunfo en carreras menores que le fueran abriendo el paso de profesionales. Y aunque ya en 1959 recibió una invitación para participar en el Tour de Francia , no fue hasta un año más tarde donde comenzaría su primer Tour en 1960.
“Creo que correr el Tour de Francia, hace a un ciclista inmortal”. Esta frase de Simpson de alguna manera premonitoria, es una muestra de la enorme personalidad que tenía el ciclista inglés. De hecho y teniendo en cuenta que estamos hablando de los años 50 y 60 principalmente, Simpson fue uno de los primeros ciclistas que supo entender la relación con la prensa y los medios audiovisuales para aumentar el valor de su marca, es decir, de el mismo.
En su etapa en Francia aprendió francés apenas un año de estar allí, para relacionarse con los medios locales en su propio idioma y era habitual verle en grabaciones vestido completamente de ‘gentleman’ inglés por los mercados de comida de París, o paseando con su coche descapotable. Hay fotos de Simpson subido a un burro, mirando por debajo de la falda a una bailarina o por supuesto rodando en carrera con su gorra hacia atrás y sus gafas de sol blancas súper modernas para la época que estamos hablando. La historia de ser el hijo de un minero triunfando en el ciclismo con tanta personalidad y tan buena relación con el público y los medios, también forma parte de la leyenda de Simpson y su visión del ciclismo muy adelantada a su época.
Pero en la historia de Tom Simpson no todo son luces. Las sombras sobre el inglés tan querido dentro del pelotón surgen por sus declaraciones a la televisión sobre su negativa al uso de sustancias dopantes, a pesar de que en el mismo querido pelotón era de ‘conocimiento general’ el uso de anfetaminas por parte del inglés y por la mayoría de los corredores. Los que no lo hacían, quedaban marginados.
Otro inglés, Vin Denson compañero del equipo británico de ciclismo, comentaba en un documental televisivo hace años, que en las conversaciones con Simpson este le decía que estaba asesorado por un médico que le aconsejaba tomar no más de 8 miligramos al día. Denson, tratando de convencer a Simpson, le decía: “Entrena duro, trabaja duro, duerme bien, come correctamente… Puede que usar drogas te vaya bien para un día, pero al día siguiente… ¿Dónde vas a estar al día siguiente?”.
1967. El año maldito de Tom Simpson, se percibe como un gran año para él a pesar del desenlace final. Ya lleva unos cuantos Tours a sus espaldas (termino tres de siete) y ese mismo año se lleva la París-Niza. Y ya se sabe, quien gana la París-Niza se lleva, en teoría, el Tour de Francia… El de 1967 tenía 4.000 km de recorrido en 22 etapas. Más de 500 km que el Tour de Francia que se correrá este 2020 en 21 etapas.
Y dentro de esas 22 etapas, Simpson preparó una estrategia basada en las cuatro etapas principales donde se decidiría todo; Alpes, Mont Ventoux, Pirineos y la contrarreloj final. Además, ese Tour de Francia se estaba corriendo sabiendo que el equipo italiano Salvarani estaba interesado en ficharle si hacía un buen Tour. Y para ello y para conseguir un buen contrato, necesitaba ganar etapas, vestirse de amarillo o terminar en el podio.
La etapa decimotercera con final en el alto de Mont Ventoux, venía precedida dos días antes de un final en los Alpes, donde Simpson llegó totalmente agotado a la meta. Apenas sosteniéndose de pie y obligado por los compañeros de equipo a comer algo al ver el estado físico tan debilitado. El 13 de julio del Tour de Francia de 1967, Simpson se encuentra lejos de los líderes en la última subida del día al Mont Ventoux , el francés Poulidor, el español Julio Jiménez y el holandés Jan Janssen entre otros. Ataque tras ataque Simpson no hace más que terminar cada vez más atrás en un esfuerzo vacío por intentar liderar y llevarse la etapa.
Y si hay algo que además es determinante a la hora de subir el Ventoux, es esa línea real que se marca en la montaña cuando dejas la parte de bosque y entras en ese entorno casi lunar, extremadamente caluroso, al menos el día del fallecimiento de Simpson, que se ve acentuado por la altitud.
Tras negar los bidones de agua de algún compañero de equipo y con el observatorio ya en el punto de mira a entre 5 y 6 km de la meta, Simpson totalmente descolgado del grupo ganador, lucha contra sí mismo en un pedaleo agónico en todos los sentidos. Poco a poco pierde el control de la bici a pesar de seguir pedaleando hasta que se colapsa por primera vez camino de la cima. A tres kilómetros de la meta y ayudado por los espectadores, Simpson pide a gritos que le pongan encima de la bici; ¡subidme de nuevo a la bici! Unos cuantos metros más adelante, vuelve a colapsarse, la gente le ayuda a que no se caiga de la bici y cae inconsciente.
Una de las partes más duras de la historia de Tom Simpson es la retransmisión en directo por televisión de todo lo que ocurrió en esos fatales últimos tres kilómetros de ascensión al Mont Ventoux. El equipo médico del Tour trató de reanimarlo mediante masaje cardiaco primero y boca a boca después, con Simpson desplomado en la cuneta. Simpson yace en una cuneta llena de piedras blancas, con su maillot blanco del Peugeot y con un médico encima aplicándole masaje cardiaco y otro con la maniobra del boca a boca. Todo por televisión, todo fotografiado, todo en maldito directo. Simpson es evacuado en helicóptero.
El holandés Jan Janssen cruza la meta en primera posición a las 16:30 de la tarde. Unas horas más tarde, la sala de prensa lanza el comunicado donde se lamenta el fallecimiento de Tom Simpson por colapso por fallo cardiaco.
El día siguiente se revela que el colapso cardiaco se debió a la tremenda deshidratación y a la ingesta de anfetaminas mezcladas con alcohol, tal y como se encontró en la sangre del corredor inglés. Los corredores sumidos en un enorme silencio, de cierta complicidad, por una situación desgraciadamente conocida y reconocida por muchos de ellos, tienen cierta reticencia a seguir la carrera. Los organizadores del Tour quieren seguir adelante.
Finalmente, la etapa decimocuarta se pone en marcha con la condición, por parte de los corredores, de que un ciclista inglés debía de cruzar la meta en primer lugar como tributo a Tom Simpson. Un año más tarde de la muerte de Simpson, la UCI incluyó los análisis de orina en el Tour de Francia, como primer paso para evitar de nuevo una muerte en el ciclismo profesional.
En 1968 se erige un monumento dedicado a Tom Simpson en el lugar donde se colapsó y murió el año anterior, financiado por ciclistas ingleses. Un monumento que puede servir de recuerdo y homenaje al que fue uno de los mejores ciclistas británicos de la historia, pero también puede servir de advertencia. El hijo de un minero que nunca ganó el Tour de Francia, pero que fue el mejor corredor británico de todos los tiempos…
FUENTE: maillotmag.com